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LADY ARMITAGE

EL FIN JUSTIFICA EL MEDIO (PARTE 1)

Todo el mundo debería poder disponer en su vida de al menos un error para gastar: un error que nadie le reprochase nunca, uno que no tuviera consecuencias…simplemente, un error para poder canjearlo libremente por un acierto sin coste adicional alguno.

 

Bien, si pudiera elegir, éste sería el mío: no haberme presentado en casa de Kyle aquella tarde. Indiscutible.

Aunque si al menos me hubiera llevado tomar la decisión de irrumpir en su casa un poco más de los 15 segundos que efectivamente me llevó desde que le colgué el teléfono, podría haber evitado algunos desastres menores que, probablemente, hubieran hecho de lo que sucedió a continuación algo, si no tolerable, sí ligeramente menos bochornoso. Durante los veinte minutos que duró el trayecto en metro desde mi casa hasta la casa de Kyle contabilicé estos:

 

  1. No ponerme zapatos (en este error caí en la cuenta nada más cerrar la puerta de mi casa, pero no pude ponerle remedio debido al error número 2).
  2. No meter las llaves de casa en el bolso antes de salir y cerrar la puerta (lo que me hubiera permitido no sólo solucionar el error número 1 al instante, sino también el poder entrar en mi casa cuando volviera de hacer el mayor ridículo de mi vida en la de Kyle).
  3. No haberme maquillado esa tarde (no hubiera sido de ayuda para el hecho de haber tenido que ir por el metro en calcetines antideslizantes, pero al menos hubiera tenido mejor aspecto).

 

Para cuando dejé de hacer recuento de errores menores, estaba empujando a una anciana para colarme en el portal de Kyle.

Hasta yo tengo mis límites: por eso, en lugar de romper la luna del cristal y tomar por asalto el portal, escogí causarle lesiones leves a una octogenaria al lanzarla contra la pared para evitar que me cerrase el paso. Exactamente 32 segundos después, aporreaba la puerta de su piso como una psicópata:

 

-         ¡Kyle!- llamé, golpeando con los nudillos en la puerta con algo más de energía de la que se considera decorosa en una dama (especialmente, en una dama que está a punto de casarse con otro hombre). En realidad, golpeé su puerta con bastante más energía de la que se consideraría decorosa para nadie que no se dedicase profesionalmente a la carga y descarga de mercancías en un puerto de montaña.

 

Al otro lado de la puerta los murmullos se interrumpieron bruscamente:

-         Kyle, sé que estás ahí. ¡Abre la puerta!

 

Aunque estuve tentada de seguir insistiendo con los golpes, el pequeño corrillo de vecinos curiosos que se arremolinó a mi alrededor (capitaneado por la octogenaria a la que había arrasado en el portal) hizo que me decidiera a acelerar un poco las cosas:

-         ¡Kyle, abre la puerta!- chillé- Te he comprado la crema que me pediste, la del herpes genital. Dijiste que la necesitabas antes de que llegase tu…

 

La puerta se abrió ante mí con brusquedad:

-    ¿Podrías dejar de chillar?- siseó, lívido, asiéndome por el brazo-. Es mi hermana, a veces la dejan dar un pequeño paseo en el sanatorio mental y viene a visitarme- dijo, dirigiendo una sonrisa tensa a nuestro improvisado público mientras me empujaba hacia el interior del piso-. Ustedes disculpen.

 

Sentada rígidamente en el filo del sofá (y, para mi tranquilidad, completamente vestida) una mujer nos observaba con expresión de pavor.

-    Tal vez no sea un buen momento. Debería marcharme- dijo, incorporándose-.

-         Será un instante. En seguida estaremos solos- le sonrió Kyle-. Dime que has visto el rostro de esa mujer en una comisaría y que tiene una orden internacional de detención por asesinar gigolós en varios estados y no me enfadaré- susurró entre dientes inclinándose sobre mi oído-. Has venido por eso, ¿verdad? Porque es el único motivo que se me ocurre para justificar lo que está pasando en este momento.

 

La mujer pasó a nuestro lado aceleradamente, con la mirada hundida en el suelo:

-         Será mejor que me vaya, Kyle. Encantada- farfulló atropelladamente, mientras desaparecía cerrando la puerta tras de sí-.

 

Kyle cruzó ambos brazos sobre el pecho, escrutándome con frialdad:

-         Por qué has venido- masculló-.

-         ¿Era…ella?-acerté a preguntar-.

 

Un matiz siniestro cruzó la mirada de Kyle:

-         Si con “ella” te refieres a la única mujer que ha solicitado mis servicios desde que puse ese maldito anuncio en el periódico…sí, era “ella”. ¡Y “ella” acaba de marcharse por tu culpa!.

 

Suspiré:

-         Kyle, piénsalo. Tal vez tu hipótesis sobre el por qué he venido aquí no sea tan descabellada-improvisé-.Tal vez te he salvado la vida: ¿qué tipo de mujer pagaría por sexo?

 

Kyle pareció meditar la respuesta:

-         Supongo que mi público potencial está entre todas las mujeres mayores de edad que no pueden casarse con actores ingleses a los que ni siquiera conocen, lo que hace un total de… TODAS.

 

Resoplé pesadamente, intentando ganar algo de tiempo:

-         No conozco a ninguna mujer dispuesta a pagar por sexo.

 

Kyle alzó una ceja, críptico:

-         Lo que no conoces es a ninguna dispuesta a admitirlo-gruñó entre dientes- pero, si lo que querías era una evidencia empírica, acabas de perder la oportunidad de conocer personalmente a una de ellas. Os hubiera presentado, pero…

-         Esa no cuenta.

 

Kyle cabeceó, nervioso:

-         Has hecho sentirse mal a una pobre mujer que no tiene la culpa de tus problemas de autoestima, y todavía…

-         ¡Es una extraña, Kyle!

-         Según tengo entendido, ese es un requisito de buen gusto en mi profesión.

-         No lo entiendes-me defendí-. Acabas de meter a una completa desconocida en tu casa, alguien de quien no sabes absolutamente nada, si no llego a aparecer…

-         Tienes razón, Salia- dijo, esbozando una sonrisa tensa-. Si no llegas a aparecer en mi escalera vociferando sobre enfermedades de transmisión sexual (que, por cierto y para que quede perfectamente claro, no tengo) quién sabe lo que hubiera pasado. No, espera, yo sí que lo sé: ¡hubiera tenido mi primera clienta! Lo que hubiera supuesto mi primer cheque, y… Da igual, asumiré que no me recomendará a sus amistades y que este año recibiré una felicitación menos de Navidad. Hagamos algo, ¿quieres? Reconduzcamos esto, sólo para ahorrar tiempo. ¿Por qué lo has hecho?

 

Alcé la mirada hacia él, desafiante:

-         Porque es indignante, Kyle.

 

Kyle puso los ojos en blanco:

-         Me interesa enormemente tu concepto de la dignidad.

-         ¿Qué quieres decir con eso?-inquirí, a la defensiva-.

 

Kyle me dirigió una mirada sombría antes de contestar:

-         Quiero decir que todos somos inferiores en tu apasionante ordenación demiúrgico del mundo- masculló-. Nadie es suficientemente bueno para ti, salvo un tío que por lo que sabes de él podría ser la peor persona sobre la faz de la tierra… ¡porque ni siquiera sabes quién demonios es!

Aunque una parte de mí me instaba a defender el honor de mi futuro marido, deduje que no era el momento más adecuado para hacerlo. Kyle exhaló un hondo suspiro antes de continuar:

-         Quiero decir que yo nunca te he juzgado. Tú dices que quieres casarte con un actor inglés al que ni siquiera conoces y yo no solo no te juzgo sino que te enseño a hablar su idioma. En cambio, tú te permites venir a mi casa con toda esa soberbia, humillar a una potencial clienta y decirme que debo hacer con mi vida. Al menos yo tengo una vida REAL, o eso intento, pero…

Agaché la mirada, súbitamente avergonzada. Debí imaginar que le ofendería mi irrupción en su casa, pero ya he dicho que todo fue muy borroso. Kyle se pasó una mano por el pelo, nervioso:

-         Esto ya ha ido demasiado lejos, Salia. No quería tener que decirlo, pero me temo que no me dejas más opciones: esto no puede seguir así. Ha estado bien ser tu profesor, he visto más adaptaciones de Jane Austen de las que jamás imaginé y te estoy agradecido por ello, pero supongo que estarás de acuerdo conmigo en que, llegados a este punto, sólo podemos hacer una cosa.

Alcé tímidamente la mirada hacia él. Para mí sorpresa, Kyle estaba sonriendo:

-         Cena conmigo.

Lo miré con incredulidad:

-         ¿Eso es lo único que podemos hacer “llegados a este punto”?-inquirí, con desconfianza-.

Kyle se encogió de hombros:

-         No es lo único, pero sí lo primero. Tranquila, te prestaré unas zapatillas de deporte: obviamente te vendrán grandes, pero será preferible a bajar a cenar en calcetines. Vamos.

(Continuará)

 

3 comentarios

ANA -

Buenisimo!!!, che no demores tanto en publicar.
¡¡Kelly es divino!! no seas pelmaza Salia.

Salma -

Cada vez se parece más al diario de Bridget Jones, pero seguimos sin fotos y me temo que así nos vamos a quedar.

Swanie -

Wow, te has tardado mucho en volvera publicar pero mereció la pena!. Adoro a Richard pero ¡amo a Kyle!, yo creo que Salia debería darle una oportunidad. Una canita al aire antes de la boda,por lo menos xDDD
No tardes tanto en volver a escribir que estoy enganchada!
Besitos desde Salvador
xoxo