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LADY ARMITAGE

PRIMERA PELEA

PRIMERA PELEA

Encontrar el amor verdadero es una de las cosas más difíciles que hay en la vida.

Supongo que todo el mundo estará de acuerdo en eso. Es una verdad inmutable, de las que pasan de generación en generación sin que nadie considere siquiera la posibilidad de oponerse a ellas (como aquella de que España es una zona estratégica en caso de guerra, que ha sido transmitida de padres a hijos desde tiempos inmemoriales sin que nadie la haya cuestionado nunca -aunque desde que la guerra no se hace por mar haya perdido todo sentido- o, sin ir más lejos, que Garci puede no gustar pero "sabe mucho de cine").

En cualquier caso, aunque a mi no me costó demasiado amar a Richard (de hecho, no me costo nada en absoluto.Es posible incluso que el recato y el decoro hubieran exigido algo más de resistencia por mi parte) era consciente de que no todo el mundo había tenido la misma suerte a la hora de encontrar a su amor verdadero. Así las cosas, una vez descubierto lo fundamental (que Richard era el hombre de mi vida y que iba a casarme con el) me desentendí de otro tipo de menudencias que podrían tener cierta transcendencia en nuestra relación futura (como, por ejemplo, no hablar el mismo idioma), hasta que mi madre me hizo considerar ese problema tas nuestro común intercambio de hostilidades el día en que le comuniqué a mi hasta entonces novio mi amor por Richard.

Aunque lo mas importante en estos casos, - el amor incondicional-, estaba asegurado (al menos por una parte; y yo me sentía muy capaz de amar por los dos mientras no nos conociéramos  personalmente y Richard tuviera ocasión de enamorarse de mi), un sinnúmero de nuevas dificultades se abrieron ante mi: ¿nuestro amor podría pasar la barrera de las diferencias culturales a las que, inevitablemente, tendríamos que hacer frente? Pensaba en esto mientras veía en televisión al próximo representante de España en el festival de eurovisión, el chiquilicuatre. ¿Qué pensaría Richard de que su mujer procediera de un país cuyo representante en un concurso de ámbito comunitario canta cosas como "lo baila mi mulata con la braga en la mano" ?.

Un aluvión de terroríficas posibilidades inundaron mi mente. Cabía la posibilidad de que, dado su fino sentido del humor y su ironía (de la que puedo dar fe después de un análisis exhaustivo de todas y cada una de las entrevistas que ha concedido a lo largo de su carrera), y gracias a la difusión internacional de las películas  de Almodóvar, apreciase ese sentido kitch de la existencia que propugna el chiquilicuatrre e incluso le pareciera gracioso (después de todo, no hay que olvidar que en su país las "Spice Girls" fueron número uno), pero, ¿Qué seria del resto? Tuve una visión profética: la playa de Castellón en la que veraneo cada año, rebosante de señoras que consideran la depilación como una señal del advenimiento del anticristo (al menos eso parece a juzgar por el poco uso que hacen de ella), profusión de oros, niños gritones, sombrillas...y en medio de todo, Richard, alzándose tras de mi con uno de esos impecables trajes de chaqueta con los que parece haber nacido y diciéndome, cual Mister Thorton en "Norte y Sur" cuando ve alejarse a su amor, Margaret Hale (esa insulsa advenediza usurpadora de MI hombre):

  • - "Look back. Look back to me".

Justo en ese momento, cuando iba a girarme, pude ver como un enorme balón hinchable de Nivea  impactaba contra la pernera de su pantalón. Antes de que pudiera plantearme siquiera hacérselo comer al engendro del demonio que lo había lanzado, pude ver como Richard agitaba la cabeza consternado y, girando lentamente sobre sus talones con una expresión de absoluta desdicha, se alejaba de mí para siempre sorteando cuantas sombrillas y toallas se encontraron a su paso.

A la vista de tan perturbadora visión tomé dos decisiones transcendentales que cambiaron mi vida:

1. No volver a beber alcohol antes del mediodía (Nunca. Bajo ningún concepto).

2. (De efecto no tan inmediato como la anterior pero también de decisiva importancia). Aceptar que, efectivamente, ambos tendríamos que esforzarnos por adaptarnos al mundo del otro. Tal vez para Richard fuese difícil, pero para mí tampoco sería sencillo adaptarme a las costumbres inglesas: cenar a las seis, no encontrar ningún bar abierto más tarde de las diez de la noche... pero estaba dispuesta a hacerlo porque lo amaba. Animada por esta revelación (y por la idea de tener la posibilidad no solo de amar a Richard sino también de comunicarme con él) tuve que admitir, muy a mi pesar, que mi madre tenía razón: no hablar el mismo idioma era un problema. Un problema al que iba a poner solución.

Mientras repasaba el listín telefónico en busca de academias de inglés, caí en la cuenta de un hecho que, con el calor del momento, no me había parado a considerar en toda su extensión: ¡Richard y yo acabábamos de tener nuestra primera pelea! Bien es cierto que no podía considerarse propiamente como una pelea sino como un intercambio de opiniones (no consideré relevante el hecho de que Richard no estuviera presente en ese "intercambio" -ni tan siquiera el que no fuera consciente de que había tenido lugar- porque, si antes dije que me veía muy capaz de amar por los dos en tanto no nos conociéramos personalmente, también es justo admitir que me veía más que capaz de poder discutir por los dos mientras ese encuentro no se produjese y no tuviera ocasión por tanto de discutir por él mismo). Lo importante era que habíamos tenido nuestra primera pelea de enamorados. Y la habíamos superado.

Feliz, con esa certeza latiéndome en las pupilas, marqué el número de la academia de inglés  que había seleccionado. Pronto habría un obstáculo menos entre Richard y yo.

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